Vista nocturna del Kursaal | Fotografía de Bruno Gras
Recordando San Sebastián
El
año pasado tuve la oportunidad de asistir por primera vez al Festival de San Sebastián.
Bueno, en realidad era la primera vez que asistía a un festival de cine, a
cualquiera de los muchos que se organizan anualmente, dentro o fuera de
nuestras fronteras. Fueron diez días en Donostia en los que no sólo disfruté
del festival sino de la ciudad en general; ya sé que es todo un cliché hablar
de lo bonita que es y de lo rápido que se enamoran sus visitantes de ella, pero
no por ello es menos cierto. Más que su belleza, que también, destacaría el
trato de sus habitantes y el ambiente diario. Quizá piense esto debido a que mi
estancia allí fue durante el festival de cine, o a la suerte de vivir con un
clima atmosférico excelente, o a que el último día tuvo lugar un derbi futbolístico
Real Sociedad-Athletic Club en pleno sábado, coincidiendo con la clausura del
festival. El caso es que salí encantado con mi experiencia. Fueron diez días
viviendo a través del cine, madrugando y trasnochando para ver películas.
Temáticas comunes
El sexo es tratado en múltiples ocasiones, bien sea el sexo en un contexto de rebeldía y juventud, sexo en la madurez o simplemente escenas de sexo cotidiano en las vidas de los personajes. Es rara la película donde no aparece sexo, insinuado o explícito, bien una escena con un diálogo sobre el tema o bien toda una película dedicada a ello. Desde los protagonistas de Savages y su peculiar trío amoroso hasta las ansias de perder la virginidad del genial John Hawkes en The sessions. Sin olvidar la historia de sexo (o la ausencia de apetito sexual) entre un matrimonio veterano en Hope Springs, o las obras sobre jóvenes en plena edad de iniciación sexual, como Klip o Joven y alocada.
The sessions (Ben Lewin, 2012)
El sexo está presente incluso en las obras más experimentales o “de autor” como Post tenebras lux o El muerto y ser feliz, sendos ejercicios de onanismo cinematográfico donde el director se esfuerza por complacerse a sí mismo por encima de todo, y donde no es posible resistirse a introducir la temática sexual. En una película donde es muy común la abstracción y los planos contemplativos, vemos a los protagonistas acudir a una oscura sauna de libertinaje sexual para tratar de solucionar sus problemas matrimoniales. O, en el caso de la película de Javier Rebollo, un José Sacristán de vueltas de todo y con aparente falta de motivaciones vitales se nos descubre como un golfo de espíritu juvenil que espeta a todas las féminas de su entorno: “¿Me enseñas las tetas?”.
Las drogas también resultan un recurso habitual. En algunas de esas historias sobre jóvenes a las que me refería antes, la droga suele estar ahí para hacer hincapié en la falta de expectativas de algunas generaciones. Pero vamos, que no sólo ahí. En esta edición del festival la droga fluye por la filmografía como los fans a las puertas de la alfombra roja a la espera de su adorada celebrity. Pero no vi ninguna película donde la droga fuese un punto tan importante en la vida de los personajes que te haga pensar en la obra como una película concienzuda, que te invite a posicionarte a favor o en contra. No llega a cobrar tanto protagonismo. Simplemente, siendo fieles a la realidad, la droga está presente en la vida de mucha gente. Desde los porritos que se fuman en la brasileña Cores (raro es el plano donde no sostienen una cerveza o un canuto) hasta la morfina que necesita José Sacristán para combatir el dolor que le producen sus múltiples tumores en El muerto y ser feliz. Otros ejemplos son la hermanastra yonki de Io e te, la coca que cultiva Luis Tosar en Operación E o los diferentes tipos de droga que los miembros del Grupo 7 tienen que erradicar de las calles de Sevilla con métodos poco ortodoxos.
Post tenebras lux (Carlos Reygadas, 2012)
Y finalmente: los planos largos. Sobre el resto de puntos comunes, mucho más que el sexo, las drogas, la calidad de la fotografía, o lo que sea, lo que une a muchas de las películas proyectadas en la 60ª edición del Festival de San Sebastián son los planos largos. Abundancia de ritmos lentos, escenas contemplativas, minimalismo, gente mirando al infinito. Trasfondos profundos, subtextos complejos, significados everywhere.
De
nuevo, vuelvo a referenciar Post tenebras
lux y El muerto y ser feliz. Sobre
todo la primera, dirigida por Carlos Reygadas, combina los planos más bellos
imaginables con las duraciones más largas posibles. Pero en este tipo de obras
es normal que haya planos largos, o escenas de un ritmo excesivamente pausado.
Hay una película -que además fue premiada- que, si bien lo oculta muy bien bajo
su sinopsis y tráiler oficiales, una vez contemplada resulta de lo más tardo y desanimado
que recuerdo haber presenciado: la chilena Carne
de perro, de brillante factura técnica y con Alejandro Goic en el papel
protagonista, que lleva en sus espaldas todo el peso emotivo de la película con
sobrada solvencia. La proyección, a la que asistí con ciertas expectativas,
resultó todo un ejercicio de resistencia.
Pero
no quiero que el concepto de “planos largos” tenga sólo un sentido negativo, de
aburrimiento, como creo que se puede desprender de mis palabras. Es cierto
que muchas obras me parecieron lentas en exceso, pero no
sólo por eso una película deja de gustarme. El artista y la modelo, la nueva
película de Fernando Trueba, es un ejercicio de los que a mí me gustan:
exprimir todas las posibilidades de una historia sencilla. Sencilla, de ritmo
lento, francesa, en blanco y negro y que además versa sobre un artista, con
todas las reflexiones cursis y engoladas que se pueden derivar de ello. Pero la
película es auténtica, tiene personalidad y se nota que el director es
consecuente con lo que debe ser “una historia sencilla”: que acaba siendo más compleja
de lo que se le supone a otras obras más pretendidamente opacas. Una película
de ritmo lento que no aburre.
Hay un sinfín de películas que metería en el saco de los planos largos: casi todas. Algunos ejemplos más notables pueden ser: Los inceríbles, Io e te, Animals, Silent city, Cores, All apologies…
Sin
embargo, incluso para un tipo como yo que disfruta el cine de acción sobre
todas las cosas, a veces es preferible el regodeo en un plano que no da más de
sí a un montaje ecléctico sobre una historia con mucho ritmo que termina
tomando el pelo al espectador, como es Savages.
Acerca de esta edición
He preferido no escribir una a una sobre todas las películas que vi, porque fueron muchas y porque he olvidado muchos detalles. También están las películas que quise ver pero no vi; o esas películas que, vistas ahora, no volvería a ver jamás…
Pero
no se puede negar que en 2012 se proyectaron buenas películas en San Sebastián.
Ahora que ya se han entregado los principales premios cinematográficos del año,
que Blancanieves ha arrasado en los
Goya y que Argo se ha llevado el más
importante de los Oscars, mucha gente señala al festival como un precursor de
todo eso por su buen ojo, elogiando que muchas de las películas seleccionadas
han cosechado éxitos posteriores. Creo que es cierto, y aunque no había estado
antes, puede que la pasada edición fuese de las mejores del festival en años.
Judex (Georges Franju, 1963)
No quiero olvidarme de esas películas que no eran presentadas como primicia, o de las que no competían por los premios, ni de todas esas que no eran de 2012. A través de las diferentes secciones el festival presentó una oferta muy amplia, de diversa procedencia, género, época o presupuesto. Tuve ocasión de ver películas antiguas, algunas que ya conocía, otras de las que jamás había oído hablar: Very bad things, tan divertida y malsana como la recordaba, todo un placer en pantalla grande y en versión original; descubrir al gran Georges Franju gracias a la retrospectiva que incluía toda su filmografía (tan solo vi dos de sus obras pero ya tengo pendiente el resto); el documental Ésta no es la vida privada de Javier Krahe, con la presencia en la sala de los directores y el protagonista, que se reafirmó en eso de que “a mí nunca me ha gustado trabajar. Pero desde antes de ser cantante, ¿eh?”. Un genio.
Y
luego estaban las películas de relleno que, por supuesto, también había. Pero
ofreciendo cosas interesantes, aunque para ver una buena hubiese que maniobrar
entre un montón de morralla. Lo que yo llamaría “películas de festival”: obras
que tendrían un alcance comercial muy reducido de no estar en el catálogo de algún
festival de cine, lo que tampoco les garantiza demasiado porque la mayor parte
del público va a por “las gordas”, pero puede que algún curioso se tope con una
rareza de su gusto y salga entusiasmado. Hay gente para todo.